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21 junio 2015
PAUL KRUGMAN: EL PÁNICO QUE CAUSA PIKETTY
Presentamos a continuación
el artículo económico del Premio Nobel de Economía 2008, Paul Krugman “El pánico que causa Piketty”, publicado
en The New York Times (y traducido por Gerardo Chaves para La Nación, de
la que tomamos prestado su contenido para compartirla con los estudiosos de la
Nueva Economía), artículo en el cual Krugman señala que el mensaje del libro viene
causando revuelo entre los ultraricos del planeta, quienes ya están buscando
distorsionar el mensaje del lúcido e interesante libro, producto de largos años
de investigación del autor. Sin embargo, el Premio Nobel explica el enorme valor
de la contribución del ya afamado francés.
El nuevo
libro del economista francés Thomas Piketty, El capital en el siglo XXI, es
un fenómeno genuino. Otros libros sobre economía han sido éxitos de librería,
pero el aporte de Piketty es serio; se trata de un trabajo erudito, modificador
de líneas de pensamiento, en una forma que no es común en la mayoría de los más
vendidos. Y los conservadores están aterrorizados. Por esa razón James
Pethokoukis, del Instituto Empresarial Estadounidense (AEI por sus siglas en
inglés), advierte en National Review que el trabajo de Piketty se
tiene de que refutar porque, de lo contrario, “se difundiría entre eruditos y transformaría el escenario de las
políticas económicas donde todas las futuras batallas por políticas se
desarrollarán”.
Bien, que tengan suerte con eso. Lo verdaderamente sorprendente respecto
al debate hasta ahora es que la derecha parece incapaz de montar cualquier tipo
de contraataque sustancial a la tesis de Piketty. En vez de eso, la respuesta
ha consistido toda en insultos, en particular afirmaciones de que Piketty es
marxista, e igual encasillan a cualquiera que considere que la desigualdad en
el ingreso y la riqueza es un asunto importante.
En un momento me referiré a los insultos. Primero, permítanme hablar
sobre el motivo por el que El capital en el siglo XXI tiene
un impacto de tal envergadura.
Piketty es difícilmente el primer economista que señala que estamos
experimentando un marcado aumento en la desigualdad o siquiera en enfatizar el
contraste entre el lento crecimiento del salario de la mayor parte de la
población y los elevados ingresos de quienes están en la cima. En verdad
Piketty y sus colegas han aportado una gran cantidad de profundidad histórica a
nuestro conocimiento, al demostrar que, ciertamente, estamos viviendo una Edad
Dorada. Pero eso es algo que hemos sabido desde hace un tiempo.
No, lo que es realmente nuevo respecto a El capital en el siglo XXI es
que derriba el más preciado de los mitos de los conservadores: la insistencia
en que estamos viviendo en una meritocracia en la que la gran riqueza se gana y
se merece.
Durante el último par de décadas, la respuesta conservadora a los
intentos por convertir en asunto político los elevados ingresos en la cima ha
implicado dos líneas de defensa: uno, negar que a los ricos les está yendo tan
bien y al resto tan mal como en verdad está sucediendo; pero cuando la negación
falla, se afirma que los elevados ingresos en la parte alta son recompensa
justificada por los servicios prestados. No los llame el 1% ni los ricos,
llámelos “creadores de empleos”.
Pero, ¿cómo se monta tal defensa si los ricos derivan buena parte de su
ingreso no del trabajo que hacen, sino de los activos que poseen? ¿Y qué pasa
si la gran riqueza de manera creciente no viene de la actividad empresarial,
sino de las herencias?
Lo que Piketty muestra es que estas no son preguntas ociosas. Las
sociedades occidentales anteriores a la Primera Guerra Mundial estaban
dominadas por una oligarquía de riqueza heredada y su libro argumenta
convincentemente que estamos bien encaminados de vuelta a aquel estado de
cosas.
Así las cosas, ¿qué va a hacer un conservador temeroso de que este
diagnóstico se pueda utilizar como justificación para impuestos más altos a los
ricos? Podría tratar de refutar a Piketty de una manera sustantiva pero, hasta
ahora, no he visto señal alguna de que eso suceda. Más bien, como dije, todo se
ha limitado a insultos.
Creo que esto no debería sorprender. He estado involucrado en debates
sobre la desigualdad durante más de dos décadas y todavía no he visto
“expertos” conservadores que logren disputar las cifras sin enredarse en sus
propios mecates intelectuales. El motivo de esto es que parece que los hechos
fundamentalmente no están del lado de ellos. Al mismo tiempo, el hostigar o
perseguir por supuestamente simpatizar con el comunismo a cualquiera que
cuestione algún aspecto del dogma del libre mercado ha sido un procedimiento
operativo estándar desde que gente como William F. Buckley trató de bloquear la
enseñanza de la economía keynesiana, no demostrando que era errónea, sino
denunciándola como “colectivista”.
Aun así, ha sorprendido observar a conservadores, uno tras otro,
denunciar a Piketty como marxista. Hasta Pethokoukis, quien es más fino que el
resto, llama a El capital en el siglo XXI una obra de “marxismo
moderado”, algo que solo tiene sentido si la mera mención de riqueza desigual
lo convierte a uno en marxista. (Y tal vez esta sea la forma en que lo ven:
recientemente el exsenador Rick Santorum denunció el término “clase media” como
“jerga marxista” porque, saben, en Estados Unidos no tenemos clases).
Y la crítica de The Wall Street Journal,predeciblemente, llega al
extremo cuando, de algún modo, hace que el pedido de Piketty para impuestos
progresivos como una forma de limitar la concentración de la riqueza –un
remedio tan estadounidense como el pastel de manzana, que alguna vez fuera
defendido no solo por los principales economistas, sino también por políticos
de primera línea, incluyendo a Teodoro Roosevelt– fluya hasta constituir uno de
los males del estalinismo. ¿Es eso en verdad lo mejor que
el Journal puede producir? La respuesta, aparentemente, es sí.
Ahora bien, el hecho de que los apologistas de los oligarcas
estadounidenses estén evidentemente perdidos en cuanto a argumentos coherentes
no significa que estén en fuga en cuanto a la política. El dinero todavía habla
–en verdad, gracias en parte a la corte Roberts (la Corte Suprema liderada
desde el 2005 por John G. Roberts) ahora habla más fuerte que nunca–. Aun así,
las ideas cuentan también, dan forma tanto a lo que hablamos de la sociedad
como, eventualmente, a lo que hacemos. Y el pánico causado por Piketty muestra
que la derecha se ha quedado sin ideas.
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Paul Krugman es profesor de Economía y Asuntos Internacionales en
la Universidad de Princeton y Premio Nobel de Economía del 2008.
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